El viaje puede que fuera inesperado, pero la película no tanto. Se viene hablando de esta precuela de El Señor de los Anillos casi desde el rodaje de sus tres predecesoras, y se la viene criticando desde que se supo que Peter Jackson había decidido alargarla en una trilogía. En parte yo también me sumo a estas críticas, pero solo en parte. Creo que nadie en su sano juicio discutiría que las películas son un sacacuartos. Nada nuevo bajo el sol, por otro lado; la industria del cine nunca ha producido películas por amor al arte. El problema estriba en si esta búsqueda de triplicar los beneficios redunda en una degeneración de la novela de Tolkien, es decir, si vamos a encontrarnos con una mala adaptación. Estirar trescientas páginas en nueve horas de visionado, desde luego, da que pensar. Ya se sabía que las películas, por fuerza, iban a incluir mucha paja. Y eso es exactamente lo que ocurre con El Hobbit: un viaje inesperado (Peter Jackson, 2012), primera parte de la nueva trilogía. Al filme le sobran tranquilamente tres cuartos de hora, al menos desde una óptica narrativa. Lo bueno del asunto es que el sobrante no solo está rodado con buen gusto y no molesta, sino que se ensambla perfectamente en la trama y a veces ayuda a que el producto final sea más redondo (solo a veces). Por ejemplo, se añaden escenas de acción cuando el ritmo se lentifica o se insertan secuencias graves cuando el humor ligero torna empalagoso (secuencias que el director aprovecha además para establecer puentes con la trilogía original). Pero, como digo, hay paja muy bien encajada y otra no tanto: la escena de Bilbo y Frodo es tan absurda como irrelevante, solo justificable por un efecto nostalgia que a los lectores de las novelas les va a dejar más bien fríos. Y algunas escenas de acción también son totalmente prescindibles, por muy bien que luzcan.

Se compara la cinta de El Hobbit con la trilogía
cinematográfica de El Seños de los
Anillos, su predecesora, lo cual constituye un error de base. El Señor de los Anillos narra una
epopeya grandiosa, mientras que El Hobbit
se reduce a un cuento de hadas para niños. La propia historia de El Hobbit limita su grandeza; no se le
puede exigir más a una ficción tan ligera. En mi opinión, Jackson ha elevado
épicamente la novela al máximo grado posible, no es viable hacer más grandes
unos sucesos tan modestos como los referidos en El Hobbit. Cabe mencionar el esfuerzo invertido por los
responsables en aproximar el tono de la nueva trilogía al de la original,
respetando al mismo tiempo, no lo olvidemos, la esencia liviana del libro.
El resultado es inmejorable, un equilibrio perfecto entre épica y fidelidad.

Diremos namárië hasta el año que viene a enanos, mago y hobbit con la
tranquilidad de que Jackson no ha perdido su toque y de que la Tierra Media aún
tiene muy buenas historias que contarnos, y bien contadas.