* Mucho ojo con esto, potenciales consumidores del libro digital: un verdadero e-reader no dispone de una pantalla retroiluminada, como la de las de los ordenadores y tabletas, sino que su tecnología se basa en la tinta electrónica, por lo que ni daña la vista ni la sensación visual difiere de la de una simple hoja de papel. Muchas empresas dan gato por liebre y venden como e-readers dispositivos que no lo son, cebándose aún más durante estas fechas navideñas.
Revelar la ilusión del molino, la mecánica que lo hace semejarse a un gigante. Destripar el truco de magia, confinar la literatura al ojo del microscopio. Aplicarle bisturí al séptimo arte, y por qué no también al noveno. Desentrañar el misterio de la vida, la estructura de la idiotez, la relojería del arte. Y descubrir que todo esto no sirve para nada y, simplemente, seguir soñando...
5 ene 2013
El libro sin papel
Una nueva generación de tópicos
de última cuña ha irrumpido en nuestros días. Como el de que "vivimos por
encima de nuestras posibilidades", o eso de que "yo nunca veo la
televisión". A estos tópicos modernos se les suma el defender el libro
tradicional frente al electrónico argumentando que nos gusta el olor de los
libros. Un tópico idiota, dirán algunos, hasta el punto de que alguien ya ha hecho campaña jocosa y mordaz del asunto. Pero no puede ser tan bobo lo que
realmente ocurre. Me sucede a mí, sin ir más lejos. Casi me da vergüenza
admitirlo, pero sí, me gusta el olor de los libros, me embriaga esa aromática
mixtura de papel, tinta y pegamento, me encanta sentir su volumen en las manos
y cómo quedan en los anaqueles de mi biblioteca.
La cuestión es que el olor del
papel es solo la raíz de un enorme ritual que el lector de toda la vida
despliega cuando lee un libro, lo compra o simplemente lo hojea. Nos deleitamos con el virar de las páginas,
disfrutamos ubicando los tomos en su nidito de la estantería. Nos gustan los
libros como objeto, no lo podemos evitar. Para nosotros el continente cobra
casi tanta importancia como el contenido. Hay libros preciosos, editoriales que
cuidan sus ediciones y miman la presentación, mientras que otros libros parecen
maquetados con el culo, con independencia de la belleza poética que alojen.
Admito que soy más bibliómano que bibliófilo, pero casi todos los bibliófilos
lo somos.
Dicho todo esto, no me queda
sino romper unas cuantas lanzas a favor del libro electrónico. Cabe decir que
ya las rompía antes de probarlo; me obligaban mi educación informática y mi vena
de ecologista coñazo. Y es que en el libro electrónico, visto de lejos, todo
son ventajas: es resistente, no se deteriora con el tiempo, no ocupa lugar,
puede adaptarse a las necesidades del lector, respeta el medioambiente… Contra
tales argumentos no hay réplica, muy poco puede esgrimirse a favor del libro
tradicional… salvo que nos gusta el olor y el tacto del papel, y que no solo
nos trae sin cuidado que el libro ocupe un espacio o envejezca, sino que además
nos agrada. Por todo eso, aunque promocionaba las bondades del libro
electrónico, secretamente lo aborrecía. No podía con la maquinita de marras,
era adecuada para los demás pero no para mí. Aquel infierno tecnológico
"vivía por encima de mis posibilidades" como lector. Las supuestas
ventajas del libro electrónico tornaban inconvenientes en mi caso.
Pero un día las circunstancias
me obligaron a probarlo. Ocurrió este verano, cuando un viaje programado a México
me pilló a mitad de la lectura de Tormenta
de Espadas. Vale que podría haberme llevado cualquier otra novela, pero la
historia estaba en un punto interesante y no quería dejármela a medias, y
tampoco podía cargar con el tocho durante todo el viaje (los mochileros sabéis
que cada gramo cuenta). Al final alguien me ofreció la solución: llevarme su
Kindle a territorio azteca. Y todo cambió después de aquella experiencia. Si
las virtudes del libro electrónico no me quedaban claras, con los defectos
ocurrió justo al contrario: pronto dejaron de serlo o se convirtieron
directamente en ventajas. La sensación de leer un libro electrónico, por
ejemplo, es prácticamente idéntica a la de leer un libro en papel (*), y la
pantalla no solo no cansa la vista sino que la cuida más (entre otras cosas,
porque escogemos el tamaño de la fuente). Además, a todas esas cualidades que
se ven de lejos se incorporan unas cuantas más que solo se aprecian de cerca:
la posibilidad de anotar sin enlodar el libro, el cómodo diccionario (con situar
el cursor sobre la palabra ya aparece la definición), el motor de búsqueda (que
viene genial en libros corales con múltiples nombres propios, para localizar
acciones de personajes que deseamos rememorar), la comodidad de manejo (ya no
tendremos que usar ambas manos), los puntos de lectura digitales (se acabó el
dejar el libro abierto bocabajo o con el mando a distancia dentro cuando no
encontramos el marcapágina) y
un largo etcétera.
En definitiva, y para
sintetizar lo expuesto: que yo también era de los que reniegan del libro
electrónico, pero después de probarlo cambié radicalmente de
opinión. En serio os lo digo, antes de manteneros en vuestros trece pedid
prestado un Kindle, Papyre o análogo y juzgad con todos los datos sobre el
tapete. No basta con manipularlo un rato: para estar en condiciones de opinar
tendréis que leer un libro entero (también hay que hacerse al cacharro). Quizá
algunos os reafirméis en la opinión de que las nuevas tecnologías no son para
vosotros. Pero muchos otros, la mayoría, os haréis conversos radicales del
libro electrónico. Si le dais una oportunidad, os ganará para siempre.
Para terminar, me gustaría
dejar claro que esto no son unas elecciones políticas ni un partido del Madrid
contra el Barça. Yo ahora leo en mi Kindle y también novelas tradicionales; y
sigo coleccionando libros impresos porque, en el fondo, soy un bibliómano
incurable. El libro tradicional no va a desaparecer (aunque se reducirá bastante
por una cuestión de puro pragmatismo), ambos formatos convivirán sin mayores
problemas. Pero no podemos dejar de lado lo digital, que tan buenas
prestaciones nos ofrece a los lectores de toda la vida. Al fin y al cabo,
lo que importa no es la forma sino el fondo: el continuar siendo lectores, y
como buenos lectores que somos, seguir "sin encender nunca la
televisión".
¡Molinos Cibernéticos os desea
feliz año nuevo a todos!
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Yo tengo Kindle y libros normales y corrientes (entre ellos leyendo ahora mismo el tuyo :P) y la verdad que uso ambos. Los libros siempre son geniales el tenerlos y leer en ellos pero son caros como un demonio y ocupan demasiado sitio. El ebook lo utilizo para ir en transporte público, para llevarlo a la universidad, al médico, al dentista... pero te aseguro que si no tuviera tantos libros en papel pendientes como tengo leería mucho más en ebook. ¡Un besote!
ResponderEliminarYo es que les veo ventajas a ambos formatos, y creo que son perfectamente compatibles. No podría leer solo en e-readers, pero tampoco me gustaría prescindir de las virtudes de las nuevas tecnologías (que las tienen).
ResponderEliminarQué rápida eres, estaba puliendo la entrada y ya te has colado tú dentro, antes de colocar el último ladrillo. ¡Gracias por pasarte, Laura! :-)