Revelar la ilusión del molino, la mecánica que lo hace semejarse a un gigante. Destripar el truco de magia, confinar la literatura al ojo del microscopio. Aplicarle bisturí al séptimo arte, y por qué no también al noveno. Desentrañar el misterio de la vida, la estructura de la idiotez, la relojería del arte. Y descubrir que todo esto no sirve para nada y, simplemente, seguir soñando...
25 ene 2013
The show must go on
16 ene 2013
El latido de Olimpia
A pesar del mercado literario de
arenas movedizas en el que nos hallamos hundidos hasta el cuello —una
crisis originada en gran medida por la propia crisis económica y el auge del
libro digital—, se puede afirmar que la
literatura de fantasía épica goza de una salud aceptable, casi un modesto nuevo
esplendor. Tanto las películas basadas en la producción de Tolkien como la
serie de la HBO Juego de Tronos han
propiciado de un tiempo a esta parte un renacer del género, una revitalización
con dos caras opuestas: por un lado, se agradece el empujón que las pantallas
grande y pequeña les infunden a las ventas de la épica literaria; por el otro,
es una pena que el florecimiento sea tan unidireccional. Como ya se advirtió antes en estos páramos cibernéticos, pululan novelitas por doquier que emulan a
J.R.R. Tolkien o a George R. Martin, algunas sutilmente y otras con descaro y
sin ningún rubor. Lo de "novelitas" no es literal. Generalmente
constituyen desde densas trilogías hasta voluminosas sagas porque así lo dicta
el canon establecido por estos dioses del género. Autores y editores no carecen
del don de la oportunidad. Ante semejante panorama, supone todo un acto de
valentía el riesgo que algunos autores asumen para presentar un producto
diferente. Manuel Amaro Parrado (*), con El
latido de Olimpia (Ediciones Canallas, 2012), trata de apuntarse un tanto
en este sentido.5 ene 2013
El libro sin papel
Una nueva generación de tópicos
de última cuña ha irrumpido en nuestros días. Como el de que "vivimos por
encima de nuestras posibilidades", o eso de que "yo nunca veo la
televisión". A estos tópicos modernos se les suma el defender el libro
tradicional frente al electrónico argumentando que nos gusta el olor de los
libros. Un tópico idiota, dirán algunos, hasta el punto de que alguien ya ha hecho campaña jocosa y mordaz del asunto. Pero no puede ser tan bobo lo que
realmente ocurre. Me sucede a mí, sin ir más lejos. Casi me da vergüenza
admitirlo, pero sí, me gusta el olor de los libros, me embriaga esa aromática
mixtura de papel, tinta y pegamento, me encanta sentir su volumen en las manos
y cómo quedan en los anaqueles de mi biblioteca.
Pero un día las circunstancias
me obligaron a probarlo. Ocurrió este verano, cuando un viaje programado a México
me pilló a mitad de la lectura de Tormenta
de Espadas. Vale que podría haberme llevado cualquier otra novela, pero la
historia estaba en un punto interesante y no quería dejármela a medias, y
tampoco podía cargar con el tocho durante todo el viaje (los mochileros sabéis
que cada gramo cuenta). Al final alguien me ofreció la solución: llevarme su
Kindle a territorio azteca. Y todo cambió después de aquella experiencia. Si
las virtudes del libro electrónico no me quedaban claras, con los defectos
ocurrió justo al contrario: pronto dejaron de serlo o se convirtieron
directamente en ventajas. La sensación de leer un libro electrónico, por
ejemplo, es prácticamente idéntica a la de leer un libro en papel (*), y la
pantalla no solo no cansa la vista sino que la cuida más (entre otras cosas,
porque escogemos el tamaño de la fuente). Además, a todas esas cualidades que
se ven de lejos se incorporan unas cuantas más que solo se aprecian de cerca:
la posibilidad de anotar sin enlodar el libro, el cómodo diccionario (con situar
el cursor sobre la palabra ya aparece la definición), el motor de búsqueda (que
viene genial en libros corales con múltiples nombres propios, para localizar
acciones de personajes que deseamos rememorar), la comodidad de manejo (ya no
tendremos que usar ambas manos), los puntos de lectura digitales (se acabó el
dejar el libro abierto bocabajo o con el mando a distancia dentro cuando no
encontramos el marcapágina) y
un largo etcétera.* Mucho ojo con esto, potenciales consumidores del libro digital: un verdadero e-reader no dispone de una pantalla retroiluminada, como la de las de los ordenadores y tabletas, sino que su tecnología se basa en la tinta electrónica, por lo que ni daña la vista ni la sensación visual difiere de la de una simple hoja de papel. Muchas empresas dan gato por liebre y venden como e-readers dispositivos que no lo son, cebándose aún más durante estas fechas navideñas.
